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Frente a Chávez: dignidad combativa

Por Domingo Alberto Rangel

¿Qué pasaría, cabe preguntarse, si la oposición tomare el poder en Elorza, Esquque, Carúpano o Calabozo? Si allí una fuerza insurgente constituye un poder rebelde, usando para ello las armas de que se disponga en aquellos pagos, ¿será capaz el régimen de enviar fuerzas expedicionarias desde Maracay, Maracaibo, Maturín o San Cristóbal a someterlas? Aquí parecería ahora más viable que nunca la vía haitiana del alzamiento.

Hay dos Venezuela: una metropolitana que vive en las grandes ciudades y otra, provinciana, que habita en las ciudades medianas y en el vasto reservorio de pueblos y aldeas extendidos hasta las fronteras del país. Una rebelión de la Venezuela que instituya una junta en armas en cada pueblo, donde la multitud haya capturado el poder, sería hoy invencible. Esa táctica se la sugirieron a Rómulo Gallegos, en 1948, los republicanos españoles amigos de Simón Gómez Malaret. Pero el gran novelista no tenía condiciones de jefe rebelde, ni siquiera había en él un hombre de acción.

Hoy, una rebelión de ese tipo sería no ya invencible, sería invulnerable como la armadura de Juana de Arco en Orleáns. La santa anarquía de Coto Paul era eso, una sucesión interminable de alzamientos locales en que cada colectividad tomaba el poder en sus predios y con las armas que allí hubiere empezara a operar. Así fue la gran rebelión de los Comuneros de Castilla comandada por Padilla y a la cual alude Andrés Eloy Blanco en el Canto a España.

Los dos países

Nunca había sido más tajante el abismo entre la Venezuela metropolitana (Caracas, Maracaibo, Puerto Ordaz, valencia, etcétera) y la Venezuela provinciana (Elorza, Boconó, Tovar, Caripe del Guácharo).

En la Venezuela metropolitana los indigentes viven del Kino, invaden el edificio Los Andes o juegan al 5 y 6; en la otra Venezuela tienen que trabajar como contrabandistas o pescar con atarraya. Los privilegiados de una Venezuela acumulan arrimándose al poder a través de un coronel o de un doctor; en la otra Venezuela sus privilegiados acumulan como lo manda Adán Smith, poniendo a sudar una frente surcada por las arrugas de la preocupación.

Como puede verse, no sólo los abismos son mayúsculos; las distancias casi resultan siderales entre las dos Venezuela. Una rebelión en poblaciones estratégicas de la Venezuela provinciana obraría, de mantenerse unas semanas, cosa facilísima, como disolvente fatal para la otra Venezuela. Las grandes ciudades caerían en la escasez, la mengua o el hambre física, en la medida en que la rebelión periférica corte el comercio de víveres entre la lejana provincia abastecedora y los grandes centros metropolitanos ubicados todos ellos en la costa o muy cerca de ella. El seguro estrangulamiento de la Venezuela metropolitana por la otra tendería a ser el corolario de este proceso.

No sigamos, empero, en el análisis. Aquí no hay una oposición que haga eso ni tiene Venezuela hoy, en el catálogo de sus fuerzas políticas, una que sea capaz siquiera de concebir un proyecto como éste.

Chávez, el granuja

Chávez abusa porque tiene una oposición blandengue y cobardona. Cada episodio en la ya larga porfía iniciada hace cuatro años, revela las debilidades de la oposición y la prepotencia del Gobierno.

Si aquí hubiera una oposición varonil, Chávez estaría dictándole ya sus memorias a un mujiquita en algún lugar del exilio. Si en la Venezuela de hoy se alza alguien decidido a pelear, el Ejército no iría a combatirlo. Encontrarían los militares algún pretexto para permanecer en sus cuarteles de Maracay o de Caracas. No tienen los militares de estos tiempos pasta de expedicionarios. Una oposición pataruca les exonera de la necesidad de ir a combatir en Achaguas a unos rebeldes que vivan en las cercanas llanuras e impidan todo tráfico de vehículos hacia las grandes ciudades del centro y del occidente del país.

Nuestra oposición es incapaz de levantarse en armas, hasta de protestar. Es lamentable el espectáculo de los opositores en la TV cuando reaccionan frente a una de las arbitrariedades cotidianas del CNE, instrumento tan doméstico de Chávez como el encendedor que éste lleva en el bolsillo. Ya saben, advierten los líderes opositores a los suyos, nada de caer en provocaciones, mucha serenidad y civismo, sean recatados.

Una oposición combativa llama a tomar calles, edificios, caminos y veredas, haciéndose fuertes en cada recodo y a mantenerlo por tiempo indefinido como baluarte. Por el contrario, la oposición llama a la compostura, al orden, a la conciliación. Los vejados, los burlados, los defraudados apuntalan así un orden cuyo beneficiario es el Gobierno.

¿No pasará nada?

Mientras la oposición no le haga a Chávez nada contundente, éste se burlará de ella. Chávez tiene la psicología del burlador, respetuoso de quien le enseña los dientes, pero abusador con quien le demuestre caballerosidad o mesura. Chávez confunde la decencia con la debilidad. Frente a Chávez sólo cabe una oposición que ni amenace ni vaticine, pero dispuesta a empuñar las armas a la hora en que tenga que trillarse otro camino. Chávez es chantajeador, le encanta aterrorizar con el instrumento militar que él cree manejar o maneja sin duda. A Chávez, al general Rincón Romero y a todos los militares hay que decirles, sin ofensa, pero sin mengua, algo que ellos no han oído jamás: si ustedes abusan, se exceden o sobrepasan el terreno que les es propio, pues vamos a la guerra civil. Las armas sirven para imponerse, pero también para chantajear. Bastaría ya de abusos perpetrados por quienes reciben unas armas de la República, que son de todos, y las usan para amedrentar.

No tengo nada contra las instituciones armadas del país, pero no puedo admitir que se les maneje como instrumento de imposiciones. El derecho a la rebelión instituido, desde 1792, en la Francia revolucionaria es en el fondo el derecho de los chantajeados a empuñar, ellos también, unas armas para decidir las contiendas humanas.

Si la oposición no quiere, no puede o tiene miedo de tomar el camino de Mao- Tse-Tung, haciendo de la vasta provincia un Yenan criollo de la desobediencia, que renuncie cuando menos a todos sus cargos (gobernaciones, alcaldías, diputaciones, etcétera) creando así el vacío de poder. Si no es o no puede ser Mao, que por lo menos sea Gandhi, todo menos la celestina...



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