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Venezuela: Las estrategias de una revolución de pacotilla.

Por Ismael Pérez Vigil, Politólogo

En Venezuela ya no hay espacio para la neutralidad. Si lo había, el Gobierno de Chávez Frías se ha encargado de destruirlo, con sus agresiones, sus amenazas y sus bufonadas, como esa de los paramilitares.

Si todo fue cierto, este es un pobre Gobierno, al que le montaron una chapuza en sus narices y ni siquiera se dio cuenta; si le hacemos caso al Gobierno, mas de cien paramilitares colombianos cruzaron todo el país y estuvieron entrenado durante varias semanas en las inmediaciones de Caracas; en una hacienda que puede ser vista desde la carretera y que puede ser escuchado todo lo que ocurra allí por cualquier vecino. Pero además, fue tan sorpresivo el descubrimiento, en el caso de que hay sido cierto, que el Ministro de la Defensa no alcanzó a vestirse adecuadamente para presentarse ante las cámaras de TV, en lo que pudo haber sido su momento estelar; su pase a la historia, la justificación y la disipación de cualquier duda con respecto a sus tres estrellas. Pero si fue un “montaje”, como muchos con toda razón sospechan, da verdadera lastima que la esposa del chofer de uno de los autobuses demostrara más sentido común que todos los cuerpos de Seguridad del Estado y echaran por tierra todo el sainete.

Con semejante torta sobre la mesa, luego vino el resto del espectáculo: allanamientos, comenzando por la anciana ex esposa de un ex presidente, que vive con sus nietos y una hija invidente. Allanamiento a la residencia de un diputado, sin reparar en su inmunidad parlamentaria, pero que tuvo que repetirse porque este, junto con sus vecinos, se les enfrentó y ni siquiera escribieron correctamente la orden de allanamiento. Detención de algunos ciudadanos, a quienes se vejo y abuso en sus derechos humanos; persecución de ex militares, detención de otros, purga en algunos mandos del ejercito, instalación del Consejo de Seguridad y Defensa, como si alguien, que no fuera el Gobierno y su propia incapacidad, amenazaran la seguridad del país.

Pero el corolario fue el acto en la Avenida Bolívar el domingo 16 de mayo. Fecha que quedará marcada para la historia política del país, cuando un Presidente, en pleno siglo XXI, pronunció el más disparatado discurso anti imperialista que hayamos oído, desde los que profería la ultra izquierda en el Aula Magna de la UCV, cuando los Estados Unidos arreciaron los bombardeos en Viet Nam, por allá por los lejanos años 70. Por lo menos en esa oportunidad había una razón que justificaba el discurso.

Como nada de esto dio resultado, pues las encuestas indican que cada vez aumenta más el porcentaje de venezolanos que aseguran que irán a ratificar sus firmas, ha continuado la represión, los allanamientos, las ordenes de captura, la atemorización. Ahora se acusa de “traidores a la patria” y “conspiradores” —término de moda— a los dos lideres fundamentales de Súmate, la ONG que ha servido de apoyo técnico de la Coordinadora Democrática en el proceso de recolección de firmas. Se les cita a declarar con carácter de indiciados, por el “grave delito” de haber recibido fondos del National Endowment for Democracy, y seguramente se buscará cualquier excusa para dejarlos detenidos, como se hizo con el Alcalde Capriles Radosnky, después de que el propio Tribunal Supremo dictara sentencia diciendo que ese proceso en su contra estaba viciado.

Algunos aun se preguntaran ¿Cómo es posible que pase todo eso?, ¿No hay un Tribunal Supremo, no hay un poder judicial autónomo, no hay una Defensoría del Pueblo? La respuesta es, simplemente, no. Y es no, porque estamos en la lógica de una revolución de pacotilla. Integrada por “revolucionarios de cafetín” y ex encapuchados, que se unieron a los golpistas de 1992. En la medida en que sumaban votos y popularidad, se les fueron uniendo los oportunistas de siempre, los que siempre fueron gobierno o vivieron de él; todos juntos se lanzaron en “santa cruzada” o “guerra santa” para destruir -en nombre del pueblo- las instituciones democráticas.

¡No lo van a lograr! —pensábamos algunos años atrás. ¡Nadie puede destruir instituciones democráticas, que tienen más de 50 años! —decíamos. Pero lo están logrando. Lo que queda de algunos partidos es una caricatura, una sombra que se aferró al pasado y espera su revancha. El poder legislativo, cambió de nombre y baila la música que el amo le toca; la Corte ya no se llama así, sino Tribunal Supremo —que de esto último solo le queda el nombre— cuyas decisiones cada vez gozan de menos respeto intelectual y de menos autoridad moral y de todas maneras, las que no favorecen al Gobierno, no se cumplen. Es el precio que se paga por la designación a dedo. El Poder Judicial, que poca justicia administró, fue desmantelado bajo la consigna de la “reorganización” y al final quedo más corroído, por el morbo de la corrupción, de lo que estaba.

Los ministerios son hoy tan ineficaces como antes y están haciendo lo mismo que hicieron siempre, pero ahora agrupados con súper ministros a la cabeza y sub ministros, y con nombres distintos. La descentralización, esperanza de que el poder se acercara al pueblo, cada vez más minada y presupuestariamente dependiente del poder central, como nunca antes, aunque tenga ciertas y encomiables excepciones, convertidas en focos de dignidad y resistencia.

Tenemos un Poder Moral, con un defensor del pueblo que en realidad defiende al Gobierno; un Contralor que no controla nada y una Fiscalía que remienda el capote del Poder Ejecutivo y que persigue y “criminaliza” la disidencia política. Una de las peores violaciones de los derechos humanos de la que tenga conocimiento la humanidad. Y que decir del Poder Electoral, en donde ya no mandan los partidos, ni rigen los ciudadanos, sino el Poder Ejecutivo y son incapaces de contar correctamente una firmas y tener una sola base de datos. Pero el colmo, es que ahora es el órgano encargado de impedir y poner trabas a la manifestación electoral de los venezolanos.

Algunos dicen que vamos hacia el comunismo o que ya estamos en él. ¡Ojala fuera así! Por lo menos sabríamos a que atenernos y contra que hay que luchar. La cosa es peor, más grave: No vamos a ninguna parte. El país se nos desmorona, se buhoneriza, se empobrece, se agigantan las diferencias sociales. No hay menos pobre, hay más pobres y hay más ricos, pero con fortunas mal habidas. La impunidad campea. La violencia nos come, no solo cada fin de semana, día a día en las calles, en las aceras y nos dirigimos a un sálvese quien pueda, defiéndase cada cual como pueda. Es la anomia. El país se nos deshilacha

Pronto terminaran de aprobar la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia, aprobada por una mayoría simple, a pesar de que la Constitución dice que las leyes orgánicas se aprueban por mayoría de las dos terceras partes de la Asamblea Nacional. Ya el domingo 16 anunció el amo del país en su discurso que la promulgará sin ni siquiera leerla y que pronto comenzaran a rodar las cabezas de los magistrados. Primero caerán las cabezas de los “enemigos”, las de los “traidores de la patria”, pero después caerán todas; como en el “régimen del terror” de la Revolución Francesa. Porque esa es la dinámica de estas “revoluciones”. Igual que con las purgas de Stalin, pero con una parodia de KGB, representada por los DISIP, fuertemente armados y ridículamente cubiertos con pasamontañas, que ni siquiera los vecinos de los que son allanados respetan y los llaman payasos. Los comandantes de la “revolución”, ex militares, ex golpistas, hoy convertidos en educadores, gobernadores, candidatos o ministros, encabezaran los “batallones” populares que perseguirán primero a los enemigos del régimen y luego —si los dejan— se perseguirán unos a otros.

Pronto, tras la del TSJ, vendrá la Ley de Policía Nacional, para terminar de controlar las alcaldías y gobernaciones “hostiles” a los designios del régimen. Después, o antes, el orden en realidad no importa, vendrá la Ley de Contenidos o Ley de Prensa o Ley Mordaza. Pero si eso ocurre, si esa Ley se aprueba, lo peor no será la censura; el verdadero peligro, del que nos debemos cuidar, es de la autocensura. Esa es otra cara de la “persecución ideológica” en un régimen opresivo. En un régimen en el que se practica la persecución ideológica, la criminalización de la disidencia, cuando se convierte en delito común la disidencia política. Lo grave de la autocensura es que no solo se manifiesta en la prensa; sino también en las empresas privadas, que contratan con el Estado o que le temen al Estado, que dejan de contratar personal, asesores o servicios con personas que consideran “peligrosas” o que no son del agrado del régimen y los pueden “enemistar” con él. Esa es la peor censura y ya estamos viendo sus trazas, producto del miedo y la intimidación. Debemos estar atentos y combatirla, más duramente que la otra, porque hace más daño.

Tenemos que estar conscientes, para advertirlo y prevenirlo, que los gobiernos del estilo del que tenemos en Venezuela entienden que su misión es permanecer la mayor cantidad de tiempo en el poder y asegurarse que nadie los desplace de él. El comunismo, hasta el de pacotilla, como este, entiende que solo se construye a partir de una forma “transitoria” de dictadura. Por eso destruyen todas las instituciones y tratan de destruir a la oposición.

Los regimenes agónicos, pueden ser muy peligrosos, porque cuando se pierde la capacidad de movilización de masas, de convocatoria política —como le ha pasado a este Gobierno— lo que queda es comprar gente y la vía de la represión pura y simple para atemorizar. Acudir a fuerzas policiales especializadas en la represión o acudir a soldados porque en ambos casos obedecen órdenes. Cuando un Gobierno no esta en capacidad de organizar a la sociedad civil, de organizar a los ciudadanos, a los civiles que lo apoyan, de manera espontánea, tiene que acudir al soborno, a la intimidación, a la fuerza, a dar órdenes en sectores en los que no le quepa duda que serán cumplidas: policías y soldados. Bien decía Maquiavelo: “… comprendiendo que no podían contentar las dos partes, complacieron al ejercito sin preocuparse de perjudicar al pueblo… pues no siéndole posible carecer de enemigos, más le vale que éstos sean los que no cuentan con la fuerza de las armas” (El Príncipe. Edime. Madrid. 1962)

Pero afortunadamente no veremos de esto mucho más de lo que por desgracia y desventura ya hemos visto, porque pronto acabara esta pesadilla. Se aplica ahora, pero al revés, aquello de “los rusos también juegan”. En este caso nosotros también jugamos y nos toca hacerlo ahora. No se trata de descubrir la pólvora, sino de usar la que tenemos, la que le hace daño al Gobierno autoritario. Si había alguna duda, se ha disipado. Si hay algo a lo que el régimen de Chávez Frías le teme es a la posibilidad de tener que acudir a las urnas electorales. Esa es la única fuerza o amenaza que no puede controlar. La que lo lleva a cometer torpezas, por mas que luzca que controla la situación. Pero, como quiera que el fin esta más cerca, pensemos en que se vuelve más peligroso; razón de más para extremar precauciones. Y la mejor manera de combatir esto es con lo que la sabiduría oriental nos enseña: hacer todo al aire libre, con las ventanas abiertas, para que todos nos vean y para ver a todos los que se nos acercan.



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